Sobre la ingenuidad de los hombres

Observo con tristeza, en mi consulta y en la vida en general, hasta qué punto muchos hombres mendigan patéticamente el "amor" de las mujeres. Y lo mendigan hasta resignarse a llevar vidas  indignas, en algunos casos  incluso miserables.

He visto a hombres fuertes, respetados, trabajando en puestos bien pagados, casados con mujeres que, a sus espaldas, no dejan de criticarlos, de invitar a sus parientes y amigos (pero se niegan a que su pareja invite a los suyos), de comprarlo todo a su gusto, de despilfarrar cuanto quieren y que cada fin de semana se convierten en perfectas tiranas ordenándoles innumerables arreglos y bricolages que deben hacerse "¡ya!". Ellos callan y aguantan y, en algunos casos, se atreven a protestar sin mucho convencimiento: "¡y no me pegues!"

He visto a hombres que me vienen muy  ilusionados porque han conocido a una "mujer fantástica", pero cuando me explican los detalles de esa incipiente relación me doy cuenta al instante de su mal pronóstico: han sucumbido a una mujer evidentemente egocéntrica, dominante, fría y sin ningún amor por ellos. Hombres, que a pesar de todas mis preguntas y observaciones, no pueden verlo, lo niegan y se enfadan... Su ceguera emocional, debida a toda clase de condicionantes neuróticos, emocionales y sexuales, les hace estar dispuestos a soportar cualquier cosa (cualquier agresión, cualquier humillación, cualquier sometimiento) para no perder a su recién hallada "reina".

He visto a hombres sometidos a la enloquecedora incertidumbre de mujeres con períodos de "te quiero" y períodos de "déjame en paz", todo ello aliñado con sonoras broncas (delante de los hijos) y mal disimuladas infidelidades, hasta que ellas los abandonaban por sustitutos "mejores". Y a empresarios de éxito abandonando el control de su empresa y su patrimonio a manos de ambiciosas esposas sin ninguna formación ni currículum que nunca trabajaron. Y a hombres-esclavos cuidando casi a solas de bebés-probeta que ellos no quisieron pero ellas se empeñaron en tener, pese a vivir sólo centradas en sus ambiciones profesionales...

¿Cómo es posible que tantos hombres se aferren a estos pseudoamores femeninos, a estas falsas relaciones, a estos maltratos? Evidentemente, hay algo desesperado en ellos. Parecen sentir una necesidad inconsciente e irrenunciable de fusionarse con la sustituta de la buena madre que jamás tuvieron. O, mejor dicho, con la sustituta de la mala madre que sí tuvieron y con la que repiten todas las humillaciones sufridas. O quizá están cegados por una fantasía de cariño y sexo que esta clase de hombres imaginan en ciertas mujeres especialmente atractivas y manipuladoras. O tal vez los paraliza el terror a la soledad, a la oscuridad a la que volverían y en la que llorarían, como cuando fueron bebés desamparados, si las perdiesen. O quizá, por eso mismo, intentan hacer toda clase de "méritos" para ser queridos, para comprar ese amor indispensable que nunca tuvieron y que siempre buscan en el lugar equivocado...

Otro problema es que la sociedad actual idealiza a la mujer supuestamente "fuerte", que es, en realidad, dura, agresiva, desdeñosa, dominante. Y los hombres ingenuos las idolatran llamándolas "mujeres de carácter",  fantaseando, además, que son hipersexuales en la cama...  Lo que lamentablemente no saben es que, igual que los llamados "hombres de carácter", muchas de estas mujeres, en el fondo, desprecian a los varones y los usan como meros alivios emocionales, económicos y/o sexuales. Y muchos lo descubrirán demasiado tarde.

Es triste ver a tantos hombres inteligentes, sensibles, valiosos, atractivos, buenos, no darse cuenta de nada. Sucumbir una y otra vez a relaciones vacías y tóxicas. Son (en parte) el equivalente masculino de las mujeres maltratadas. ¡Ojalá tuviésemos una varita mágica para hacerlos despertar  a ellos y a ellas! Para ayudarles a descubrir que la única solución a todo esto es ser mucho más conscientes de nosotros mismos y de los demás, fortalecernos, crecer, dejar de ser mendigos de amor. Es la única manera de encontrar  parejas que nos valoren y nos quieran de verdad.

Porque el hambre no se sacia con más hambre, sino ¡con alimento!

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