Culpa buena, culpa mala

La mayoría de personas nos sentimos culpables cuando hacemos o sentimos algo que creemos  malo. Las más neuróticas (o sea, deprivadas o maltratadas en su infancia) sienten esta culpa con una acusada intensidad, incluso cuando no hacen nada malo. Por ejemplo, cuando simplemente expresan algo sincero, o realizan algún deseo, o se atreven a ser ellas mismas, o no obedecen siempre a los demás... Otras personas, en cambio, nunca se sienten culpables por nada, aunque sepan que han dañado a alguien: son los psicópatas. La moral, la religión y la política también fomentan los sentimientos de culpa de la gente... Con todo este lío podemos preguntarnos: ¿es bueno o es malo el sentimiento de culpa?  ¿Lo necesitamos o deberíamos superarlo? Para descubrirlo tenemos que matizar.

Hay un sentimiento de culpa bueno, incluso indispensable, que nace del amor. Por ejemplo, cuando dañamos sin querer a una persona amada, inmediatamente nos sentimos culpables y, gracias a ello, podemos disculparnos. Este sentimiento de culpa (que es, en el fondo, una forma de ansiedad), es una señal de alarma, un mecanismo de defensa que nos ayuda a reparar los daños que causamos a las personas que queremos, para reducir su dolor y también para calmar nuestro temor de que dejen de amarnos. Por eso esta culpa es positiva. Se trata de un "suavizador", un regulador de las relaciones interpersonales más íntimas, más cercanas.

Otro sentimiento de culpa positivo nace de una conciencia moderada del bien y del mal. Una sociedad armoniosa necesita obviamente ciertas reglas, y la educación nos enseña a respetarlas o, de lo contrario, nos reprende o castiga de algún modo. El miedo a ese castigo, la ansiedad que nos produce el reconocer que hemos hecho algo malo, también es buena. Es otro regulador, en este caso de las relaciones sociales.

Pero luego están los sentimiento de culpa malos, los "patológicos", que son una verdadera tortura para muchas personas. Se trata de esas ansiedades excesivas que, además de activarse en las situaciones apropiadas que antes describíamos, surgen también inútilmente en muchas otras ocasiones, como parte de los miedos y otros síntomas neuróticos del individuo. Por ejemplo, hay personas que se sienten muy, muy culpables si comen un poco más de lo habitual, si fuman, si beben, si no les apetece hablar con su madre o una amiga, si olvidan un cumpleaños, si se compran unos pendientes bonitos pero un poco caros, si no hacen todas las cosas perfectamente, si triunfan en algo cuando están convencidos de que no sirven para nada... Se sienten exagerada e inapropiadamente culpables, en definitiva, cuando "desobedecen" las instrucciones parentales que llevan grabadas a fuego en el corazón. Esta clase de sentimientos de culpa neuróticos pueden reducirse con psicoterapias.

De modo que, según todo esto, parece que sólo los sentimientos de culpa "malos" son indeseables. Pues, ¿qué pasaría si suprimiéramos también de la gente los sentimientos de culpa buenos? ¿Qué ocurriría si, por ejemplo, millones de niños fuesen tan maltratados y humillados que perdiesen cualquier ansiedad reparadora hacia el inexistente amor de sus padres? ¿O si fuesen malcriados sin reglas, ni responsabilidades, ni ideas claras de lo "bueno" y lo "malo"? ¿O si fuesen consentidos sobreprotectoramente en todo, sin ningún límite, para evitarles la frustración, el sufrimiento, cualquier clase de conflicto? En tales casos, evidentemente, sólo obtendríamos millones de niños egocéntricos, sin ningún amor ni autocontrol frente a sí mismos y los demás, meramente depredadores. Una sociedad psicópata.

Por eso los sentimientos de culpa positivos -y sólo los positivos- son naturales en cualquier crianza sana y amorosa. Por ejemplo, después de reñir justamente (pero con afecto) a un niño, puede que éste se acerque a nosotros, afectado, y nos ofrezca incluso algún dibujo... Será su intento de reparar, de conciliarse, de no perder nuestro amor. Sabremos entonces que es un niño amoroso y bien vinculado. Un niño sano.

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