Cómplices necesarios

Nada es lo que parece. En todas las noticias de televisión, en los sucesos domésticos, en el maltrato infantil, etc., siempre parece haber un único "malo" -el maltratador, el delincuente- y muchos "buenos" que se horrorizan de sus acciones. Pero, si lo pensamos detenidamente, ¿pueden los malos obrar completamente solos? ¿Pueden realmente hacerlo, cuando sus crímenes son innumerables y durante años, sin algún tipo de conocimiento, ayuda y encubrimiento por parte de otras personas? ¿Cómo sería posible una cosa así en un mundo tan profundamente interrelacionado como el nuestro? ¿Dónde está el truco? ¿Cómo sucede? En las terapias con  adultos víctimas de maltrato infantil (físico, emocional o sexual) la verdad se descubre pronto.

Cuando un paciente maltratado me describe escenas, a menudo terribles, de lo que ha sufrido a manos de su padre o de su madre, y no de forma ocasional, sino reiterada durante años, mi pregunta siempre es la misma: ¿y nadie te defendió? ¿Dónde estaba tu madre (o tu padre)? ¿Nunca hizo nada para protegerte del otro/a? ¿Nunca oyó tus gritos y llantos, no vio tus moratones, tu soledad, tu tristeza? ¿Les viste alguna vez discutir, pelear para defenderte? Y la respuesta de las víctimas, con cara de profundo estupor o tristeza, suele ser: "no". Y otras como:

- no sé dónde estaba, lo que hacía, pero estaba ahí...
- vi cómo pasaba por el pasillo mientras él/ella me lo hacía...
- él/ella me curaba las heridas...
- no me dejaban ir al cole para que nadie me viera...
- no me dejaban tener amigos para que no se lo contara a nadie...
- le hablaban mal de mí a los vecinos y al resto de la familia...
- me decían que siempre había sido un niño/niña difícil, una desgracia para ellos...
- me reñían por mis malas notas sin darse cuenta de que tenía miedo y no podía estudiar...
- me llevaban al psicólogo porque decían que yo estaba mal de la cabeza...
- etc.

O sea que, a menudo, mientras un progenitor ejecuta su crimen, el otro no sólo no defiende a la víctima, sino que encubre y colabora en segundo plano con el verdugo. Más aún, el encubridor puede jugar su propio papel victimista usando al hijo/a maltratado como paño de lágrimas de sus propios problemas, de sus propios conflictos con el agresor, confundiendo así aún más a la víctima. Porque si el cómplice parece "confiar" en mí, ¿cómo va a ser "malo"? ¿Cómo no va a quererme, si me necesita y yo le ayudo? Esto agrava en el hijo/a la ceguera que le impedirá durante muchos años percibir el drama en su conjunto.

Ninguna persona emocionalmente sana soporta mucho tiempo la convivencia junto a su agresor/a  y/o el de su hijo/a. Muy al contrario, hará todo lo posible, con miedo o sin miedo, con dinero o sin dinero, con apoyos o sin ellos, para buscar cualquier tipo de ayuda. La ayuda necesaria para frenar las agresiones, apartarse del maltratador/a, denunciarlo/a, etc. Pero si no lo hace y el maltrato continúa, estamos siempre ante una familia disfuncional. Unos padres profundamente dañados, codependientes, a menudo con un alto grado sadomasoquista, etc., cuyo maltrato a los hijos sólo es un síntoma, un "daño colateral" más de sus trastornadas existencias.

Una prueba de esta simbiosis patológica, de esta colaboración secreta entre el agresor y su cómplice es que cuando un paciente maltratado, como fruto de su proceso terapéutico, comienza a perder el miedo y a preguntar sobre lo sucedido a ese progenitor/a "inocente" con el que supuestamente tuvo una "buena relación", lo que habitualmente recibe son respuestas de negación de los hechos, autodisculpa y/o defensa del maltratador/a. Por ejemplo:

- no es como tú lo cuentas, estás exagerando
- yo hice lo que pude, ya lo sabes
- tienes que entender que él/ella es así, tiene un carácter fuerte
- no lo hizo con mala intención
- tú sabes que él/ella te quiere
- siempre hicimos lo que pudimos, somos tus padres y te queremos
- todo eso pasó hace mucho tiempo
- etc.

Y es entonces cuando las víctimas comienzan a  percibir su realidad, su soledad, su tremenda orfandad.

Así pues, podemos afirmar que en toda violencia emocional, sexual o física hacia un niño hay siempre dos progenitores responsables: el que lo hace y el que lo permite. El perpetrador y el cómplice necesario. Es absolutamente imposible, en la intimidad cotidiana de cualquier familia durante años, que pueda ser de otro modo. Pues a cualquier persona que realmente ame a su hijo jamás se le escapará el hecho de que éste está siendo violentado/a por su pareja. Y más imposible será aún que no reaccione. Que no tome las medidas necesarias -las que sean- para impedirlo.

© Olga Pujadas 2012-2024. Se admite la reproducción de cualquier artículo de este blog, indicando la autora y/o el enlace fuente.