La esclavitud materna

Las personas somos lo que somos. Somos seres completos. Un hombre no se define por el hecho de ser o no  ser ingeniero, político, campesino, empresario o padre de familia. Un hombre, si se ha individualizado lo suficiente, si consigue ser lo bastante maduro y libre, se define por su capacidad de decidir lo que desea hacer con su vida. De una mujer, sin embargo, no se espera lo mismo. A diferencia del varón, la mujer está generalmente "predeterminada" por razón de sexo para ser madre. Y por este motivo, si no cumple con lo que se espera de ella, suele ser considerada por la mayoría un bicho raro.

Esto es, en mi opinión, una forma de violencia social. La sutil o a veces insoportable presión que las mujeres tenemos que aguantar está en todas partes y, a menudo, proviene de las propias mujeres. Y no hablo en teoría, sino por experiencia. Yo no tengo hijos, pero una conocida que tiene 6 aprovecha cualquier ocasión para acusarme veladamente de ser una "egoísta",  de detestar a los niños y de saber muy poco de la vida  porque "como no soy madre"... (frase favorita de las mujeres que quieren agredir a los que hemos decidido no reproducirnos). Su envidia es evidente. A mí me gusta mi vida, mi  trabajo, mientras que ella, una mujer chapada a la antigua con pocos recursos y un marido infeliz que trabaja a todas horas, vive desbordada por los muchos hijos que, por su sumisión, ego, neurosis o descuido ha tenido... Pero es, en todo caso, a cada hijo a quien deberíamos preguntarle cómo se siente en tan feroz competencia por el amor de una madre siempre agotada ...

Para conseguir que la mayoría de mujeres deseen ser madres, se idealiza, se exhiben continuamente las bondades de la maternidad. Y ¡por supuesto! se silencian  la mayoría de sus inconvenientes. Pero sobre todo, se oculta la base neurótica que mueve a muchísimas mujeres a tener hijos (por ejemplo la fantasía de que éstos la "realizarán" como mujer o le "darán la felicidad"), los enormes intereses sociopolíticos  y económicos que la empujan a ello y, naturalmente, los daños inevitables que estas maternidades "forzadas" causan en millones de seres humanos. Por todo ello, cualquier mujer, sea o no feliz en su maternaje, se siente obligada a fingir que "todo va bien", que ser madre "es lo mejor que le ha pasado" para no ser incluida en esa temible categoría de "mala madre".

Con unos comienzos tan engañosos, no es de extrañar que muchas mujeres se arrepientan en secreto de su maternidad. Se quejan, se agobian, se neurotizan, comienzan a odiar y a maltratar a sus hijos,  los cuidan poco y mal, los culpan inconscientemente de su desdicha, los van destruyendo emocionalmente poco a poco... Sólo las mujeres más sinceras se atreverán a reconocerlo ante sí mismas.... Y sólo las más valientes, muy pocas, decidirán pedir ayuda o psicoterapia, conscientes de su dolor y del daño que pueden provocar en sus hijos, sin hacerlos ¡por supuesto! participes de su conflicto. Tengo una paciente, una chica cuyos síntomas principales son una profunda inseguridad e ideación suicida. Una chica a la que su madre durante toda su vida  le ha contado, una y otra vez, su sueño recurrente: "Hoy te he vuelto a soñar muerta, te he visto en el ataúd y estabas muy guapa y muy tranquila y ¡no como ahora!". Una mujer que, al mismo tiempo, afirma adorar a su hija...

El problema es que la mayoría de madres imaginan ser las únicas protagonistas de la crianza. Pero no es así. Los verdaderos protagonistas son, por una parte, los estados y, por otra, la más importante, los hijos. Hasta que la sociedad en general y cada mujer en particular no pueda o quiera aceptarlo, las madres seguirán siendo, sin saberlo, meras reproductoras al servicio del sistema político y de sus propias necesidades neuróticas. Y, por tanto, los niños seguirán siendo tratados y explotados (por muchos defensores de la infancia que aparezcan) como meros objetos para la satisfacción de los adultos. Lo vemos todos los días en el mundo y, sobre todo, en nuestras consultas.

La única forma de prevenirlo es, como en todos los campos de la vida, con  lucidez, realismo, madurez y responsabilidad. Componentes imprescindibles a la hora de decidir algo tan importante e irreversible como ser madre o padre. Una lucidez que nos permitirá concienciar  nuestros verdaderos deseos,  nuestra capacidad de amar, nuestra situación socio-económica presente (y prever en lo posible la futura) y saber si realmente estamos dispuestas y capacitadas para acompañar, durante una larga etapa de nuestra vida, a un nuevo ser humano.

Ser madre es algo profundamente hermoso pero también tremendamente complicado y determinante como para decidirlo por imitación, fantasía o por sometimiento a las presiones de un mundo enfermo. La vida de una mujer sin hijos puede ser perfectamente satisfactoria siempre que lo decida conscientemente, sabiendo las ventajas e inconveniente que ello conlleva y la  presión social que habrá de soportar (también de sus compañeras de género) a lo largo de su vida. Pero si es cierto que queremos ser libres e iguales a los hombres, ¿no deberíamos  ser capaces de romper con las expectativas de género que colocan sobre nosotras nada más nacer, y decidir conscientemente sobre la maternidad como el ser humano completo que somos?
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