El síndrome del nido vacío

Todos, en mayor o menor medida, hemos sufrido pérdidas a lo largo de la vida: amigos, amores, familiares, trabajos, proyectos, dinero... Pero las personas con hijos, si todo sigue su ciclo sano y natural, sufrirán tarde o temprano otra gran pérdida: la de los hijos. Porque esos niños que criamos y ayudamos a convertirse en adultos se alejarán de nosotros para seguir su propio camino.

Cuando esto ocurre, es natural que los padres sufran al principio. Toda pérdida importante requiere un reajuste emocional y vital. Por eso necesitamos un tiempo para tomar conciencia, reflexionar, rodearnos de personas comprensivas que nos ayuden a expresarnos, a entender, a aceptar... Así nos iremos adaptando a la nueva situación y tomaremos, si hace falta, las decisiones necesarias para que nuestra vida sea lo más plena y feliz posible. A este período de duelo y readaptación lo llamamos "síndrome del nido vacío".

Pero hay personas, especialmente mujeres, que tienen dificultades para superar esta etapa. Incluso pueden requerir ayuda profesional. Estas mujeres, después de tantos años identificadas principal (o exclusivamente) con su rol de madres, no logran ahora reconocerse a sí mismas. No saben qué hacer o cómo reorientar sus vidas. Y pueden haber además otros factores que compliquen su situación.

Por ejemplo, puede ser que se lleven muy mal con su pareja y usaran a sus hijos como refugio y sustitución del amor que no disfrutan con ella. Puede ser que crean profunda y erróneamente que el único papel de una mujer en el mundo es ejercer de madre. Puede ser que, inmaduramente, necesiten del apoyo y sostenimiento emocional de sus hijos. Puede ser que, muy narcisistamente, se sientan propietarias de sus hijos y no soporten que éstos vivan su propia vida y libertad. Puede ser que, precisamente por esto, sufran mucha envidia secreta por ver en ellos la felicidad y juventud que ella ya no tienen... Etc. En general, para todas estas personas el alejamiento de los hijos constituye la pérdida de una "muleta" existencial que las obliga, ahora, a enfrentarse a una realidad que nunca pudieron soportar. Por eso les cuesta tanto superar el síndrome del nido vacío, desarrollando a menudo prolongados estados ansiosos, depresivos, hipocondríacos, etc.

Sólo las madres y padres que, pese a los largos años de sacrificada crianza de sus hijos, en el fondo mantuvieron una solidez emocional y, sobre todo, una clara conciencia de que siempre fueron más que meros progenitores, lograrán, a su tiempo, desprenderse de ese rol tan absorbente y adquirir nuevas pautas de vida. Por el contrario, las personas que, de un modo u otro, usaron a sus hijos para protegerse de conflictos más o menos confusos sin resolver, sufrirán más con la nueva situación familiar.

Pero nada está definitivamente perdido. Si estas personas se atreven a descubrir los verdaderos motivos que las atan a ese síndrome del nido vacío, y si se animan a trabajarlos y solucionarlos, entonces no sólo los hijos, sino toda la familia podrá continuar felizmente su vuelo.

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