PSICOBIOGRAFÍAS: Virginia Wolf (1882-1941)

"Hasta los cuarenta y cuatro años, la presencia de mi madre
me obsesionó. Escuchaba su voz, la veía..."

La madre de Virginia Woolf, Julia Stephen, se "creía muerta". Vivía perdida en un duelo patológico por la muerte de su primer marido. Y Leslie Stephen, el padre de Virginia, padecía episodios maniaco-depresivos (1). Estos datos, apenas mencionados en las biografías de la escritora, son indicios suficientes para sospechar del profundo maltrato parental, como mínimo emocional, que debió de sufrir en su infancia.

Virginia definió a sus padres, dos viudos casados en segundas nupcias, como "padres con edad de abuelos". La madre era muy bella y ejercía como modelo; el padre, historiador, escritor, crítico literario y montañero. Ambos eran burgueses, cultos, victorianos y con hijos anteriores, pese a lo cual volvieron a ser padres cuatro veces más. Si los problemas emocionales de Virginia comenzaron pronto, su mala salud no le permitió alejarse de su familia patológica. Sufría fuertes dolores motivados por fiebres de tipo reumático, que la obligaron a estudiar bajo la severísima tutela de su padre. Virginia buscó refugio en la literatura y empezó a escribir con sólo 3 años.

La relación con su madre, de la que apenas hay información pero cabe suponer que fue muy simbiótica, se rompió cuando aquélla murió repentinamente. Virginia tenía 13 años y sufrió entonces su primera crisis emocional. Esa pérdida, además de hundirla en un profundo dolor, introdujo en su vida un nuevo y gravísimo problema: Georges y Gerald. Hijos del primer matrimonio de la difunta, tomaron las riendas de la familia y sometieron a Virginia, y también a su hermana Vanessa, a abusos sexuales.

Virginia acumuló angustia, culpa, confusión... Su padre, viejo y deprimido, parecía no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo... o quizá sí (como afirma Alice Miller en "El cuerpo nunca miente") y no hizo nada para evitarlo. Las consecuencias fueron devastadoras: Virginia duda de sus recuerdos, teme mantener relaciones sexuales, rechaza su propio cuerpo (nunca pudo soportarse en el espejo), y siente un profundo rencor hacia los hombres.

Pero la vida no le dió tregua. Dos años después de la pérdida de su madre, muere su hermanastra Stella, que había adoptado el rol de madre suplente. Su padre, contrario a cualquier expresión emocional, prohibió a todos sus hijos (adolescentes abandonados y deprimidos) volver a pronunciar el nombre de la difunta, y presionó a sus hijas para que alguna de ellas se ocupara de la familia.

Al morir el padre, Virginia ingresó por primera vez en un manicomio, a los 22 años. Demasiados abandonos soportados en silencio. Y, sin embargo, paradójicamente, esta última pérdida la condujo a un inesperado futuro. Cambiaron de domicilio y, en la nueva casa, Thoby, su hermano mayor, reunió a diversos intelectuales de talante librepensador, entre los que se encontraba el futuro marido de Virginia, Leonard Woolf, otro apasionado de la literatura. A partir de ese momento, Virginia inicia a una intensa actividad literaria y política.

Pero, emocionalmente, Virginia sigue profundamente dañada. Se casa e inmediatamente se manifiestan sus graves problemas emocionales y sexuales. A pesar de lo cual, la pareja se mantiene unida, su marido la protege, la cuida y consiente sus relaciones con amantes femeninas. Leonard describe así su convivencia con Virginia:

“Se podía pasar horas en silencio sentada. Se enfurecía si intentaban hacerla comer, invadida por una desesperada melancolía, sin levantar la cabeza, sin poder hacerla comer más de un par de cucharaditas. O a la inversa, en fases de excitación, delirante, aterrorizada, sin dormir, podía hablar incesantemente por horas consecutivas, se ponía violentamente hostil, no quería hablarme, ni dejarme entrar a su cuarto".

Niegel Nicolson, hijo de Vita Sackville-West, una escritora amante de Virginia, presenció también algunos momentos:

"Insultaba, gritaba y era cruel con la gente que más amaba, como con su esposo Leonard Woolf. Escupía a todas las personas que se le acercaban. Creía que Eduardo VII quería ir a cenar con ella, cuando hacía veinte años que ya estaba muerto".

La literatura fue para Virginia su salvación, pero también un tormento. Escribir le permitía exorcizar sus demonios (con su característico estilo de "fluir de la conciencia") pero, al mismo tiempo, la enfrentaba a su crónica insatisfacción. Tardaba años en terminar cada libro; y las crisis se sucedían. Siempre intentó, sin conseguirlo, "complacer al padre". Por eso sus alucinaciones auditivas fueron siempre voces masculinas y despreciativas, que cuestionaban todo cuanto hacía.

Ante el progresivo deterioro de la salud de Virginia, el matrimonio se trasladó al campo, a las afueras de Londres. Y aunque la escritora disfrutaba de largos paseos, escribía (de pie, en un escritorio especial) y recibía algunas visitas, su percepción de la vida era irremediablemente oscura:

"No habría que traer hijos a un mundo como éste. No habría que perpetuar el sufrimiento, ni acrecentar el número de animales lujuriosos, carentes de emociones duraderas, que sólo se movían, que iban de aquí para allá, llevados por sus caprichos y por sus vanidades".

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la angustia de Virginia se vuelve insoportable: los bombardeos alemanes destruyen su casa de Londres. Los Woolf son conscientes de que, si Inglaterra es invadida por los nazis, su vida corre peligro: Leonard es judío; ella es lesbiana, está loca y sus opiniones políticas son bien conocidas... Acordaron suicidarse juntos. Por entonces, los bombardeos no cesaban, el insomnio la torturaba, las alucinaciones y el agotamiento le impedían leer y escribir. De nada le servían sus amigos, sus actividades, su fama, el amor de su marido... Decidió acabar con una vida de sufrimientos.

Como tantas veces se ha escrito, Virginia Woolf llenó con piedras los bolsillos de su abrigo y se arrojó al río. Ésta es la carta de despedida que dejó a Leonard:

"Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no puedo pasar por otra de esas terribles temporadas. Y esta vez no me recuperaré. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta enfermedad terrible apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y que lo harás es algo que sé. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. Todo me ha abandonado excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros”.

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Así fue la vida de una mujer posteriormente idealizada por sus ideas sobre los derechos de las mujeres, etc. Pero, ¿cuántos la conocieron realmente? Como siempre, los detalles afectivos cruciales de las personas se ignoran o se callan. ¿Por qué se desarrolló en Virginia Woolf aquella locura? La propia escritora nos resume su misterio:

"Cada uno tenía su pasado encerrado dentro de sí mismo, como las hojas de un libro aprendido por ellos de memoria; y sus amigos podían sólo leer el título."

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1. El padre y los hermanos de Leslie también padecían distintas patologías mentales. Y una de sus hijas, hermanastra de Virginia, convivió con ellos hasta que asimismo tuvo que ser ingresada en un manicomio.

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