El arte y lo inconsciente

El verdadero arte surge del inconsciente.

Los surrealistas lo aplicaron de un modo sistemático (y algo artificioso), pero no fueron sus descubridores. Mucho antes, Goya plasmó en sus cuadros su visión tenebrista de la vida y Van Gogh se perdió en su tormentosa visión multicolor. Todos y cada uno de nosotros, cuando nos expresamos con naturalidad a través de la pintura, la música, la literatura o cualquier otra forma artística, no tardamos en proyectar inadvertidamente nuestro mundo inconsciente. Tal como igualmente sucede con nuestros gestos, nuestra caligrafía, nuestra forma de vestir, nuestra decoración, nuestra clase de amigos, nuestras aficiones, nuestras elecciones y omisiones, nuestros lapsus, nuestros sueños... Todo nos refleja.

En este sentido, como decía uno de mis maestros, el verdadero artista es el que sabe "bajar a su inconsciente y regresar de él para expresarlo" (a diferencia del neurótico, que no logra bajar, y del psicótico, que no puede salir de él). Entonces, cualquier forma expresiva lo suficientemente espontánea y sincera podemos considerarla genuinamente "artística". Como, por ejemplo, los dibujos de los niños.

Otra cosa es, naturalmente, el artificio de todas esas obras deliberadas, manieristas según las modas de cada momento, nacidas fundamentalmente para agradar al público y poder comerciar con ellas. (Aunque, incluso así, todavía contendrá ciertos rasgos inconscientes del autor). En tales casos, el artista carece de sinceridad, de espontaneidad, en ningún momento se olvida de sí mismo, no se deja llevar, sólo quiere controlar los resultados. Este clase de "arte", aunque pueda ser formalmente bello, está psicológicamente muerto.

Generalmente, este fraude se nota. No logra transmitir, emocionar, conectar psíquicamente con la persona que lo contempla. El verdadero artista, en cambio, sí se comunica a través de su obra. Su inconsciente envía mensajes inconscientes a los espectadores; es un fascinante diálogo invisible. Y entonces se produce el milagro: eso que miramos, leemos, escuchamos, etc., nos contagia, nos gusta, nos repele, nos emociona, nos enoja, nos entusiasma, nos entristece...

Cuando alguien crea de verdad, su tiempo se desvanece. (El inconsciente es atemporal). El universo desaparece. El autor y su obra se funden en una misma cosa. Se trata, por otro lado, de una necesidad vital, una exigencia de descarga, una verdadera "psicoterapia". Nadie que fuese absolutamente feliz necesitaría probablemente encerrarse durante horas, meses, años para escribir, pintar o componer... Preferiría, sin duda, vivir. Por eso el arte es, en el fondo, otra forma neurótica. Pero es una forma hermosa. Un modo excelente de sublimar, canalizar, transformar el dolor humano en belleza, terapia, comunicación, empatía.

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